• Lo que estás viviendo en el presente, son los resultados de tus decisiones en el pasado; si no te gusta, tú tienes el poder de cambiar tu vida.

Por:  Verónica Veana
 

Es increíble la cantidad de tiempo que pasamos (o, mejor dicho, desperdiciamos) añorando momentos, deseando que el tiempo se detuviera o que no avanzara tan rápido y, en lugar de disfrutar cada segundo de nuestro presente, seguimos atorados en el pasado o preocupados por el futuro.

De esta forma, nuestros días pasan así:

En las mañanas suena el despertador y lo único que deseas es seguir durmiendo, en lugar de agradecer por un nuevo día que te llenará de  oportunidades para alcanzar tus sueños.

Subes al auto y en ese momento tu semblante empeora al ver un horizonte en donde miles de carros están detenidos ante tus ojos, sin avanzar, pues el tráfico hace de las suyas una vez más. Decides unirte a la desafinada orquesta con el claxon de tu carro, como lo hacen las personas a tu alrededor quienes -en cuanto pueden- lanzan una que otra maldición al eterno vecino del carro de enfrente que, por ir desayunando, peinándose y leyendo el periódico del día (porque “nunca” tiene el tiempo de hacerlo en su casa), no se dio cuenta que el semáforo ya había pasado al color verde.

Pierdes tanto tiempo de tu vida dedicándolo a todo menos a lo que te hace feliz, pero ¡eso sí! no permites que el descuido de aquella persona que no aceleró en cuanto el semáforo cambió de color, te haga perder dos segundos más en esa avenida, así que le gritas y te enojas porque no avanzó inmediatamente. Llegas a la oficina de malas, sin saludar a tus compañeros, los cuales al poco tiempo ejercen su mejor venganza contra ti al corresponderte con una actitud hostil que después se contagia en toda la oficina.

Estás ahí, en tu escritorio, sin disfrutar lo que haces y pensando solamente en lo grandioso que sería estar en casa, con los hijos,  pareja, amigos o haciendo algo que en verdad te apasiona. De lunes a viernes es lo mismo, ocho horas sentado frente a un monitor que se burla de tu rostro mal encarado y reflejado en él.  Volteas a ver a tus compañeros y casi todos tienen el mismo aspecto gris, y si en tu recorrido visual te topas con algún sonriente, le volteas la cara sin regresarle una sonrisa y piensas: “¡Hipócrita!, como si realmente tuviera motivos para sonreír”.

Es en ese momento cuando perdiste la oportunidad de dibujar también una sonrisa en tu rostro, de recordarle a tu mente y a tu alma el verdadero sentido de la vida: ¡ser feliz!

Sales de la oficina agotado, de malas y sabiendo que te esperan dos horas de regreso a casa, así que empiezas a afinar el claxon y a fruncir el ceño, el cual ya empieza a acostumbrarse a las líneas que se marcan con ese antipático gesto. Ya lo hiciste tuyo, ya empieza a ser tu distintivo.

Ahora estás en casa y lo único que piensas es en todo el trabajo que dejaste inconcluso por haber tenido la mente distraída, recordando lo mucho que deseabas estar en tu cama o con la familia, pero ahora que estás ahí, tampoco lo puedes disfrutar.

La pesadez y agobio te vuelven a inundar como cada noche, con culpas por no destinar tiempo suficiente a tus seres queridos, con coraje por pensar todo el tiempo en trabajo, con decepción por sentir que lo que haces no te apasiona, con miedo porque eres muy joven para lograr algunas cosas y demasiado viejo para hacer otras, con frustración al ver que las deudas aumentan, con rencor hacia el compañero que no te ayudó con el favor que pediste, y con otra serie de pensamientos y emociones que no te dejan dormir. No puedes descansar y –por consiguiente- el día de mañana será tan terrible como el de hoy, porque al despertar ya tienes nuevamente miles de motivos para molestarte con la vida.


Suena terrible ¿cierto?

¿Cuántos días, meses o años llevas viviendo esta película?

                                                                                                                ¿Qué pasaría si a partir de hoy cambias el chip de tu vida?

Déjame decirte algo: De todo lo que suceda en tu vida, te puedes quedar con lo bueno o lo malo, puedes construir una escalera que te haga crecer o un muro que te limite… y eso sólo depende de ti. 

En el momento que aceptamos que nuestra vida es NUESTRA responsabilidad, y de nadie más, así como el hecho de que nuestra felicidad es producto de las decisiones que NOSOTROS tomamos, entonces nos hacemos conscientes de que cosecharemos lo que decidamos sembrar.

¿Por qué decidimos culpar a otros de nuestras penas? Porque es más fácil señalar que asumir una responsabilidad y trabajar para cambiarla a nuestro favor. 

Evitemos volvernos conformistas, ya que el hacer responsables a otros de lo que sucede en nuestras vidas es aceptar que ellos manipulen nuestras emociones y caminos por recorrer. Nadie es responsable de que tú te enojes, llores o te rías. Nadie tiene el poder de lograr eso en tu vida, a menos que tú se lo des.
                                                                                 
                                                                                                                                                                                                                  

Tienes una mente tan poderosa, que todo lo que en ella programes se volverá realidad; por lo tanto, es momento de preguntarte: ¿Qué estoy programando? ¿Estoy decidiendo construir –con base en mis valores y objetivos- un camino que voy a disfrutar o estoy permitiéndome perder el control de mi vida, sumergiéndome en un mundo de excusas donde es “más fácil” que otros decidan qué es lo mejor para mí y que, si al final no me gusta, podré apuntar mi dedo hacia alguien más por las consecuencias?

Haz un análisis de tu vida; observa lo que estás viviendo en este momento y realiza la reflexión necesaria para darte cuenta que todo ha sido resultado de las decisiones que has tomado. Si han sido buenas o malas, eso sólo tú lo sabes, porque tú conoces a tu corazón y a los sueños que quieres lograr en tu vida. ¿Te estás acercando o alejando de ellos?

Tú programas a tu mente y, al hacerlo, ésta empieza a generar recursos conforme a la información que metiste en ella. Si programas tristezas, rencores o ira, ésta se pondrá a trabajar con esas emociones, desencadenando en ti actitudes negativas, sentimientos que no te ayudarán a crecer y que incluso pueden dar origen a algunas enfermedades.

Si en tu mente tienes claros tus sueños y objetivos, defines un periodo de tiempo y decides que esos pensamientos quieres verlos convertidos en realidad, de igual forma tu mente comenzará a generar opciones para llegar a ellos, y si has trabajado en sembrar emociones y pensamientos positivos, créeme que los resultados se orientarán hacia el mismo camino.                                                                                    

                                                                                                                                                                                          
 
Es momento de tomar el control de tu vida, de elegir hacerte responsable de las decisiones que has tomado hasta este momento y de las que tomarás a partir de ahora.

Mira hacia atrás, revisa tu historia y deja de tomar los errores como fracasos ¡cambia el chip!, todo lo que has vivido son experiencias y aprendizajes que te ayudarán a crecer y a lograr todo lo que deseas en tu vida…. si es que así eliges que sea.
 
Cambia el chip, quédate con lo bueno, perdona, aprende, crece, reflexiona, aprovecha tu tiempo, disfruta tu vida, piensa en ti, actúa con base en tus valores, pierde el miedo, rompe cadenas del pasado que te están limitando, asume la responsabilidad de tu vida, deja de buscar culpables, cree en ti, elige bien…. ¡y siembra en tu vida lo que quieres cosechar!
 

Comentarios potenciados por CComment