• La visión de un psicoterapeuta sobre la meditación.

Por: Jorge Cantero
 
 
Decir que la meditación cambió mi vida podría ser una exageración, pero no lo es.

Educado en la más pura tradición psicoanalista, para mí todo lo que no tuviera que ver con la ciencia, lo comprobable, y lo explicable, no tenía el menor sentido. Mi interés estaba en la psicoterapia, y en ayudar a los pacientes a superar las dolencias emocionales a como diera lugar, pero eso habría de lograrlo por vía del habla y la interpretación; del cuidadoso análisis de cada fragmento de información que escucharan mis oídos. Cualquier método que involucrara la espiritualidad, y más aún, vibraciones, energías y todas esas cosas, era simplemente imposible de considerar. Además, tenemos que recordar que estamos hablando de los años 90... Los psicólogos estábamos muy lejos de conocer el mundo de la psicología positiva y de las resonancias magnéticas que habrían de aclarar miles de dudas con respecto a la práctica milenaria de la meditación. Así que ahí estaba yo, leyendo sobre la enfermedad, el trauma, la angustia, la depresión, y todo lo feo de la personalidad y el carácter, empeñado en hacer la cosas como siempre se habían hecho.
 
Poco después vino mi propia angustia, y mi propio estrés. Poco después fui yo quien cayó en malestar, quien empezó a padecer rachas cada vez más prolongadas de ira incontrolable, y no fueron ni la terapia, ni las medicinas -- al menos no por sí solas -- las que me sacaron del infierno. No. Lo que me sacó de ahí fue la meditación. Y sin duda, lo que ahora me ha vuelto un mejor terapeuta, es la práctica del mindfulness, o simplemente consciencia plena.
 
Los detalles de mi problema nos llevarían mucho tiempo de contar, así que tal vez lo hagamos en otra ocasión. Por ahora basta decir que, dispuesto a probar lo que fuera necesario para encontrar paz y tranquilidad, regresé a la práctica de las artes marciales clásicas, cosa que había dejado olvidada con mi empeño científico de practicar una terapia impoluta, y con ellas entré en contacto directo con la fortaleza del carácter y la meditación.

Bien pronto, conforme yo encontraba la calma, me di cuenta que no era desmenuzar hasta lo imposible mis problemas inconscientes, o recordar mis traumas infantiles lo que me estaba sacando a flote, sino el simple hecho de enfocar mi mente durante una hora, dos horas, y dejar de esforzarme por ser perfecto, y en cambio hacer lo mejor que podía, segundo a segundo, momento a momento, en el aquí y ahora. Que bastaba con respirar profundo, dejar fluir mi cuerpo, y que mis pensamientos dejaban de ser incómodos obstáculos, dolorosos recuerdos, impuestos, o condicionantes, y más bien se volvían un río de agua transparente, que si dejaba correr el tiempo suficiente, sin control ni presión, simplemente llegaban a su lugar.

                                                                                      
                                                                                 Foto de Taller Mindfulness de Jorge Cantero
 
Meditar es realmente fácil, y aunque la práctica está llena de mitos -- como por ejemplo que hay que poner la mente en blanco, o que necesitas muchos años de entrenamiento para sentir sus beneficios -- cualquiera puede hacerlo. Desde que yo me volví un fiel meditador, también he ayudado a un gran número de pacientes a hacerlo, y todos, ellos y yo, hemos experimentado lo que ahora si, en pleno año 2016, sabemos de forma totalmente científica: meditar mejora la salud cardíaca, evita infartos, disminuye la depresión, alivia el estrés, mejora el desempeño del sistema inmune, mantiene joven el cerebro, aumenta el volumen de la materia gris, entre muchos, muchísimos más beneficios.

No, no es necesario formar parte de ninguna religión, ni ser un master yogi. Solo hay que sentarse, asumir la postura adecuada, cuidar la actitud, la intención y ponerse a respirar. Desde ese instante, desde ese solo momento, nuestra mente y nuestro cuerpo lo hacen todo solo.
 
Aún sigo practicando psicoanálisis, y lo hago rigurosamente. Sigo sin tener paciencia para las pseudo-intervenciones que no solo no curan, sino complican los problemas, y acceder al inconsciente mediante la palabra aún es mi método de tratamiento preferido, pero con los años también he descubierto que este es un mundo enorme, que las posibilidades son muchas, y que a veces solo basta con abrir los brazos, y dejarse sorprender.

Como dicen los maestros zen, la utilidad de una taza es justamente que está vacía... Porque solo así podemos verter agua en su interior. Del mismo modo, solo una mente dispuesta, abierta, será capaz de aprender cosas nuevas, intentar métodos diferentes, y si, lograr llegar mucho más alto. Creo fielmente que como seres humanos estamos inclinados a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
 
Decir que no, definitivamente es la mejor manera de no conseguirlo. Yo tuve que aprender a decir que si, y cambiar. Y con el cambio, en verdad, pasan cosas buenas.
¿Qué les gustaría lograr a ustedes?

Este es el momento. ¡Aprende a meditar!
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